Recuerdos de un viejo

En la plaza del pueblo había una banca de madera a la sombra de un viejo encino en la que acostumbraban reunirse algunas personas mayores a platicar. Discutían sobre todo tipo de temas, aunque las charlas más frecuetes casi siempre eran sobre política. Cuanta experiencia sumaban aquellos hombres, cuantas vivencias, cuanto que decir y enseñar sobre la vida y tristemente muy pocas personas interesadas en escucharlo.

En aquel tiempo yo también solía frecuentar la plaza, sobre todo los fines de semana que no tenía que preocuparme por asistir al colegio. Aunque mis visitas tenían más que ver con otros asuntos propios de un niño como lo es el jugar a la pelota con los amigos del barrio, los torneos de canicas en los que casi siempre salíamos de pleito, o incluso las competencias sobre quien lograba saltar la mayor distancia desde el columpio. Sin embargo otras veces, cuando no me encontraba con mucho ánimo para andar correteando, me acercaba al grupo de ancianos y con un poco de suerte me tocaba escuchar una buena historia.

De entre aquellos encianos al que con más cariño recuerdo, por que eventualmente nos hicimos grandes amigos, era uno al que sus compañeros de charla conocían como Miguel, pero que para los más jóvenes era conocido simplemente como "viejo" y no solo por su edad, que era evidente, si no por que utilizaba dicha palabra como una especie de muletilla, un "eh viejo" con el que remataba casi cualquier frase.

Recuerdo que "el viejo" siempre tenía historias increibles que contar, el fue pescador, y antes de eso buzo, y mucho antes de eso un nómada de la vida que recorrió prácticamente el país completo y hasta que llegó al pueblo nunca había echado raíces en ningún lado. Sin duda alguna ese andar de arriba a abajo le permitía hablar y opinar sobre una infinidad temas con una seguridad que solamente la experiencia de haber vivido mucho te puede dar. Desempeño un sin número de oficios, no sé si por que no encontraba uno que realmente amara o simplemente por que todas las profesiones tarde o temprano terminaban por aburrirle. Sin embargo esa búsqueda o ese astío llegaron a su fin cuando descubrio el mar, el mar y la pintura, porque además de todo el viejo era un artista.

Ya andaría cerca del medio siglo de vida, según me contó, cuando se encontró por primera vez con el mar y poco tiempo después con la pintura, desde entoces no se dedicó a ningún otro oficio como no fuera el vivir del mar y el pintar. Al principio sus cuadros eran burdos y aún hoy nunca han llegado a tener un gran valor para alguién más que él mismo, si embargo, eso nunca pareció importarle. - Los pinto por el gusto y la necesidad de hacerlos, no por el dinero- me decía, la verdad hasta hace poco pude entender a lo que se refería, pues como por herencia indirecta del viejo ese mismo gusto y esa misma necesidad me hacen siempre compañía.

Recuerdo que también solía contarme sobre sus desventuras amorosas, y digo desventuras porque no puedo recordar alguna que hubiese terminado bien. Resulta que era muy "enamoradizo" como dice mi mamá, pero no tenía la gracia para enamorar, hay quienes no nacen con ese don, o al menos eso creía. Me contó que en una ocasión se enamoró de una bella joven, en ese tiempo él también era joven, y se propuso conquistarla, sin embargo su inexperiencia, su torpeza, sobre todo cuando se ponía nervioso, o simplemente el destino quiso que ella se enamorara de alguien más, y aunque trato mil formas para ganarse su cariño, nunca pudo robarle nada más allá de un sonrisa. Aún asi me dice que pasaron años antes de que pudiera arracarsela del corazón, años en los que no pudo querer a nadie y más y a la larga ese no poder o no querer olvidar fue finalmente lo que lo hizo iniciar su viaje que terminaría varios años más tarde en nuestro pueblo, con la pintura y junto al mar.

Hago mención en específico de esta historia de entre las muchas que me contó, por que alguna vez también me confesó que después de tantos años, a cientos de kilómetros de distancia y después de haberse enamorado muchas veces más, había noches en las que ella aún aparecía en sus sueños, no como sería entonces, pues nunca la volvió a ver, si no como era de jóven. Alta, delgada y elegante y con una de esas sonrisas que sacuden el alma, me decía. Eran tantas las historias sin final feliz que un día si más le pregunté - Oye viejo, es acaso que tú disfrutas del desamor, porque tus historias, incluso tus pinturas, hablan casi siempre de tristeza - se quedó pensativo por tanto tiempo que deseé no haber echo nunca aquella pregunta, después de algunos minutos en silencio, sin una expresión que me permitiera adivinar el tono de su respuesta, volteó hacia mi y me sonrío, no solo con su boca si no también con sus enormes y sabios ojos y me dijo:
- El que las mujeres de mis relatos no me hayan amado no significa que mi amor por ellas sea menos válido que el correspondido, al contrario, creo que fue incluso más fuerte porque fue un amor intentando compensar el de ambos lados, además todo amor es siempre un buen recuerdo, pero no, no disfruto el desamor, lo que disfruto es simplemente el haber podido sentir, algo que muchos, por miedo, simplemente no se permiten hacer. Además te he contado todas estas historias para que no cometas mis mismos errores, para que aprendas que en la vida como en el amor siempre hay muchos fracasos y siempre es lo más sencillo volver a fracasar pero también que basta con un solo triunfo verdadero para compensar todos, pero esa historia te la estoy reservando para el final-.

Por desgracia esa fue la última vez que vi al viejo, poco tiempo después murió y nunca pude llegar a escuchar aquella historia que se estaba reservando para el final, la más grande de todas, la de su amor correspondido. Sin embargo de vez en cuando le llevo flores al panteón y echo a volar mi imaginación intentando adivinar como pudo haber sido, porque juntito a su tumba hay otra y una inscripción que une a ambas y en la que se lee: "A mi amada esposa, mi luz, mi felicidad, perdona la espera pero finalmente nos volveremos a encontrar".

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