De momentos, recuerdos y otras cosas.
Estás haciendo cualquier cosa y de pronto te alcanza un recuerdo, no sabes de donde llegó, que lo invocó, ni mucho menos que implica. Simplemente te deja ahí, sembrado frente a la venta con una sonrisa en el rostro, sonrisa que se hace aún mayor cuando piensas lo estúpido que debes de lucir sonriéndote sólo, más si consideras que la ventana en cuestión da a un patio algo sucio que no ofrece justificación alguna en caso de que alguien te pregunte por qué lo haces. Todo culpa de ese recuerdo, de un inesperado momento empaquetado para su posterior degustación.
Y me quedo pensando en lo curioso que resulta que muchos de los mejores momentos de la vida en un principio nos pasan casi desapercibidos, es como si acusaran de una extraña modestia que los lleva a disfrazarse de momentos cotidianos con personas comunes, camuflajeándose con facilidad en el día a día.
Si pudieramos verlos a la cara casi podría apostar que lucirían una de esas sonrisas sospechosas de quien sabe más de lo que aparenta, y es capaz de ocultar todos menos la felicidad que el hecho le causa. Unas de esas sonrisas de quien nos tiene una sorpresa reservada para más adelante, para cuando menos nos la esperemos.
Y es que a veces una mirada, un gesto, una coincidencia, un algo, nos hace sospechar de la naturaleza especial del momento que estamos viviendo, pero por alguna razón no lo terminamos de asimilar. Y pasa el tiempo, y ese momento permanece ahí, oculto entre nuestros recuerdos, en espera de ser descubierto.
Entonces un día, cuando menos lo esperas (mientras miras por la ventana, por ejemplo) ¡zaz!, ¡ahí esta!. Finalmente llega algo y lo detona, un anhelo, una nostalgía, e incluso porque no, quizás otro de esos mismos momentos. Súbitamente deja de ser un recuerdo casual y nos revela su caracter casi mágico, casi perfecto. Es entonces cuando realmente lo empezamos a valorar, desde ese instante en que decidió eclosionar, lo atesoramos y hasta lo llegamos a convertir en un estándar para los momentos que vendrán.
Y si bien empecé diciendo que muchos de los mejores momentos de la vida llegan a pasar desapercibidos, hay otros que sabemos exactamente lo que son en el instante mismo de estarlos viviendo, lo sabemos sin necesidad de esperar a que se vuelvan recuerdos.
Y si los otros eran casi mágicos, estos definitivamente tienen que serlo por completo, porque no habitan solo en nuestra memoria como algo monolítico, inmutable o inflexible, sino que están a nuestro alcance para terminar de moldearlos, darles la forma exacta y llevarlos hasta donde nos atrevamos a llevarlos.
Y que se hace cuando estás plenamente conciente de estar viviendo uno de esos momentos, de estar creando un increible recuerdo... la verdad no lo sé, los momentos mágicos como que nunca han sido muy lo mío, al menos no mi fuerte según la retroalimentación recibida. Pero en cambio sé que no se debe de hacer, y eso es permitirnos pretextos, echar mano de excusas o miedos, hagas lo que hagas creo que lo único imperdonable es fallar sin haberlo dado todo. "Vale más pedir perdón que permiso" dice mi madre, algo que aplicado a rajatabla bien podría llevarte a la cárcel... pero que con el suficiente criterio sirve como recordatorio constante de que a veces todo se reduce a una cuestión de que tanto estamos dispuestos a arriesgar.
Un vida perfecta en la que cada hora de cada día está rebosante de felicidad... no existe, es imposible, la verdad es que son muchos los momentos difíciles, los tragos amargos, las decepciones, las malas rachas que parecen que nunca terminarán.
Pero tampoco se trata de quejarse, la vida siempre se asegura de que no nos falte nuestra buena ración de "momentos especiales", quizás valdría la pena estar atentos a todas esas pequeñas señales, indicios y pistas, que suelen acompañarlos, para garantizarnos a nosotros mismos que esos momentos sean más del segundo tipo que del primero, porque encima de todo, tienen esa cualidad única de atraer otros, de producir reacciones en cadena. No podemos tener una vida perfecta, pero podemos aprender a vivir de momentos y de encargarnos que estos sean los suficientes.
Una vez estando ahí, simplemente no te conformes con el hecho de estar, de haber llegado. No des nada por sentado, no dejes que se acabe la magia y que todo se convierta en algo normal, en algo cotidiano. No vivas según los estándares de los demás, vive según los propios, no te conformes con menos, no dejes que se pierdan esos pequeños detalles que vuelven extraordinaria a la gente común, y sobre todo, nunca des por sentado el que alguien te quiera, como leí alguna vez (no recuerdo donde), el amor no es algo que ganas y ya, debes merecerlo cada día.
Ese úlimo párrafo es un extra, no un consejo, despues de todo quien soy yo para aconsejarlos, tómenlo solamente como un recordatorio para mi mismo, algo que quería asegurarme de no olvidar.
Y me quedo pensando en lo curioso que resulta que muchos de los mejores momentos de la vida en un principio nos pasan casi desapercibidos, es como si acusaran de una extraña modestia que los lleva a disfrazarse de momentos cotidianos con personas comunes, camuflajeándose con facilidad en el día a día.
Si pudieramos verlos a la cara casi podría apostar que lucirían una de esas sonrisas sospechosas de quien sabe más de lo que aparenta, y es capaz de ocultar todos menos la felicidad que el hecho le causa. Unas de esas sonrisas de quien nos tiene una sorpresa reservada para más adelante, para cuando menos nos la esperemos.
Y es que a veces una mirada, un gesto, una coincidencia, un algo, nos hace sospechar de la naturaleza especial del momento que estamos viviendo, pero por alguna razón no lo terminamos de asimilar. Y pasa el tiempo, y ese momento permanece ahí, oculto entre nuestros recuerdos, en espera de ser descubierto.
Entonces un día, cuando menos lo esperas (mientras miras por la ventana, por ejemplo) ¡zaz!, ¡ahí esta!. Finalmente llega algo y lo detona, un anhelo, una nostalgía, e incluso porque no, quizás otro de esos mismos momentos. Súbitamente deja de ser un recuerdo casual y nos revela su caracter casi mágico, casi perfecto. Es entonces cuando realmente lo empezamos a valorar, desde ese instante en que decidió eclosionar, lo atesoramos y hasta lo llegamos a convertir en un estándar para los momentos que vendrán.
Y si bien empecé diciendo que muchos de los mejores momentos de la vida llegan a pasar desapercibidos, hay otros que sabemos exactamente lo que son en el instante mismo de estarlos viviendo, lo sabemos sin necesidad de esperar a que se vuelvan recuerdos.
Y si los otros eran casi mágicos, estos definitivamente tienen que serlo por completo, porque no habitan solo en nuestra memoria como algo monolítico, inmutable o inflexible, sino que están a nuestro alcance para terminar de moldearlos, darles la forma exacta y llevarlos hasta donde nos atrevamos a llevarlos.
Y que se hace cuando estás plenamente conciente de estar viviendo uno de esos momentos, de estar creando un increible recuerdo... la verdad no lo sé, los momentos mágicos como que nunca han sido muy lo mío, al menos no mi fuerte según la retroalimentación recibida. Pero en cambio sé que no se debe de hacer, y eso es permitirnos pretextos, echar mano de excusas o miedos, hagas lo que hagas creo que lo único imperdonable es fallar sin haberlo dado todo. "Vale más pedir perdón que permiso" dice mi madre, algo que aplicado a rajatabla bien podría llevarte a la cárcel... pero que con el suficiente criterio sirve como recordatorio constante de que a veces todo se reduce a una cuestión de que tanto estamos dispuestos a arriesgar.
Un vida perfecta en la que cada hora de cada día está rebosante de felicidad... no existe, es imposible, la verdad es que son muchos los momentos difíciles, los tragos amargos, las decepciones, las malas rachas que parecen que nunca terminarán.
Pero tampoco se trata de quejarse, la vida siempre se asegura de que no nos falte nuestra buena ración de "momentos especiales", quizás valdría la pena estar atentos a todas esas pequeñas señales, indicios y pistas, que suelen acompañarlos, para garantizarnos a nosotros mismos que esos momentos sean más del segundo tipo que del primero, porque encima de todo, tienen esa cualidad única de atraer otros, de producir reacciones en cadena. No podemos tener una vida perfecta, pero podemos aprender a vivir de momentos y de encargarnos que estos sean los suficientes.
Una vez estando ahí, simplemente no te conformes con el hecho de estar, de haber llegado. No des nada por sentado, no dejes que se acabe la magia y que todo se convierta en algo normal, en algo cotidiano. No vivas según los estándares de los demás, vive según los propios, no te conformes con menos, no dejes que se pierdan esos pequeños detalles que vuelven extraordinaria a la gente común, y sobre todo, nunca des por sentado el que alguien te quiera, como leí alguna vez (no recuerdo donde), el amor no es algo que ganas y ya, debes merecerlo cada día.
Ese úlimo párrafo es un extra, no un consejo, despues de todo quien soy yo para aconsejarlos, tómenlo solamente como un recordatorio para mi mismo, algo que quería asegurarme de no olvidar.
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