Apetitos

Y podías ver a los vampiros de traje, desesperados, casi al borde de la histeria, intentando saciar con carne un hambre lacerante de amor, de sentimientos, de pensamientos infinitos. Y se indigestaban y vomitaban miedos y coraje, y de nuevo solos con su esperanza, un cruel placebo que no ayudaba a mitigar su dolor, una falsa suposición que les hacía creer que la próxima vez sería distinto. Y mientras, acumulaban oro, pisoteaban sueños, contaban los segundos sin saber que con cada uno de ellos estaban un paso más cerca de morir de inanición, buscando alimentarse en la noche, en las esquinas, en el cuarto de un motel, de algo que por si solo es poco menos que un condimento pues aquello que intentan adquirir nunca ha sido un bien negociable. 

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