Besos de café y lluvia

Foto: Svetlana Kuzmina

Consulto la hora en el reloj, faltan sólo cinco minutos para las cuatro de la tarde. Camino a toda prisa por una calle empedrada, los zapatos resultan demasiado rígidos para este ritmo tan presuroso y desde hace un par de cuadras cada paso se han convertido en una verdadera tortura. Creo que ya hasta tengo un ampoña en el talón derecho. Encima de todo la promesa de lluvia que venía amenazandome desde que dejé la parada del autobus finalmente es una molesta realidad. No importa, si algo me enseño mi viejo es que nunca se debe de hacer esperar a una mujer, menos a una tan hermosa.

Finalmente, el café en el que acordamos vernos está justo al doblar la siguiente esquina. Hasta aquí me llega el agradable olor del grano tostado entremezclado con el olor a tierra húmeda que desprenden los adoquines de la calle, creo que también huele un poco a pan recien horneado.

Me pregunto si ella ya estará ahí, esperándome. Contraria a mi la puntualidad si se cuenta entre sus virtudes. Me sudan las manos y tengo la sensación de que alguien hace malabares con el contenido de mi estómago y de mi pecho. Me invade una emoción, la misma que siento cada vez que se acerca el momento de volver a verla. Soy un tonto, ya debería de haberlo superado, después de todo llevamos casi un mes saliendo, no muy seguido, pero tanto como podemos. Que se yo, igual es algo que nunca se supera, será una cosa más que espero descubrir con ella.

Cuatro en punto. Por una vez en mi vida llegué a tiempo, esta vez incluso antes que ella. Mejor así, sirve que elijo una buena mesa y me tranquilizo un poco mientras las espero. Mi condición física no es lo que  antes era y recorrer doce cuadras caminando tan deprisa me ha dejado sin aliento.

Cuatro quince. Creo que esta vez se le hizo un poco tarde, ya le tocaba, nadie puede ser tan puntual. Pedí un café y me instalé en una mesa a unos pocos pasos de la entrada para poder verla llegar. Suena un disco de Bob Marley como música de fondo cortesía de los encargados del local. La lluvia sigue cayendo, creo que ahora lo hace con más fuerza.

Desde que empezamos a salir siempre ha sido el mismo ritual cada vez que nos encontramos, aunque nos estoy seguro de que ella se de cuenta. Por mi parte, tan pronto la veo siento como mi corazón late con más fuerza, como si tratara de embriagarme con mi propia sangre. Ella se apróxima casi siempre con timidez, como pretendiendo no estar ahí. Y entonces nuestros ojos se encuentran y luego sigue una pausa, apenas una fracción de segundo en la que somos ajenos, casi como desconocidos, pero inmediatamente después caen los muros y nos encontramos, y entonces solo hay puentes, algo que nos une, como si lleváramos una vida de conocernos.

Cuatro cuarenta. Es extraño que aún no haya llegado, no es de las personas que acostumbran llegar tarde a una cita y cuarenta minutos ya son demasiados. He intentado llamarla a su celular pero parece que está apagado. Será que surgió algún problema  o simplemente lo habrá olvidado. Creo que ya no queda una sola de las personas que estaban cuando llegué y el lugar luce mucho menos concurrido que otras veces, quizás la lluvia los ha espantado.

Recuerdo el día que la conocí, apenas intercambiamos un par de palabras, nunca pensé que volveriamos a encontrarnos, mucho menos que con el tiempo yo terminaría tan enamorando de ella. Nunca se me dió eso del amor a primera vista o será simplemente que a mi me toma mucho más tiempo ese primer vistazo, el caso es que me tomó tiempo descubrirla, día a día, palabra a palabra, sonrisa a sonrisa. Si algo lamento hoy es simplemente no haberla conocido antes.

Cinco de la tarde, pagué mi café, me dirigí hacia la puerta y entonces finalmente apareció ella, con el maquillaje y el peinado arruinado, calada hasta los huesos y sosteniendo el celular mojado en su mano. Inclinó su cabeza y me dedicó la más tierna de las sonrisas al tiempo que las palabras que intentaba articular se ahogaban en su boca. No hicieron falta, mi corazón ya bombeaba como loco y yo estaba ocupado sintiendo la misma emoción que siento cada vez que la veo. Ni siquiera recuerdo el momento en que me acerque a ella, ni cuando tomé su rostro entre mi manos, lo que si recuerdo es que esa vez no hubo pausa, ni por un solo instante fuimos ajenos o desconocidos y no hubo ningún muro que derribar. Solamente eramos nosotros dos, sin importar nada, diciéndonos todo lo que nos teniamos que decir en un beso.

Sin maquillaje, sin peinado, sin dudas, nunca me pareció tan bella como esa vez que la besé bajo la lluvia. Las palabras nunca han sido competencia para los besos, menos para aquellos frescos como la lluvia, con olor a café y sabor a eternidad.

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