En el librero.


Abro los ojos, la habitación está oscura, únicamente un solitario rayo de luz se cuela junto a la puerta y divide el entorno. Debo de haberme quedado dormido, siento el cuerpo entumido por el frío, quizás también de tanto estar sentando. No logró recordar en que trabajaba.

Tuve un sueño pero tampoco logro recordar sobre que era. Dos de dos en contra, hoy no es el mejor día para mi memoria. Me pareció escuchar un ruido. Debería irme a la cama, el sueño apenas me permite mantenerme en pie y sin embargo aquí estoy frente al librero, contemplando mis viejos libros, sin saber siquiera que es lo que estoy buscando.

Es curioso la cantidad de historias que hay en estos libros, bueno, eso no es lo curioso realmente, digo, son libros después de todo. A lo que me refiero es que en este librero hay más historias que las que se pueden encontrar escritas en las páginas de los libros que con tanto recelo atesora.

Este libro por ejemplo, recuerdo que me dió una pena tremenda comprarlo. Con una rosa en la portada no era precisamente el libro más masculino que había visto, y desde chico uno aprende a ser bien machito, bien rudo, y a evitar todo aquello que pudiese poner en duda su masculinidad. Donde me hubiera visto alguno de los chicos del barrio o del salón cargando algo así, o peor aún leyéndolo, de putito ya nunca más de bajaban. 

Pero no sé, me bastó una sola frase mientras lo hojeba para sentir que necesitaba leerlo. No me equivoqué, me enamoré de aquellos versos, de aquellas palabras, de las mujeres que las escribían o quienes las inspiraban, benditas musas. Y entonces yo también tuve las mías, musas reales, tan reales que iban a mi misma escuela o vivían en mi misma cuadra. Cuantas veces no tomé prestadas frases de sus páginas, cuantas veces no lloré por las mismas razones que la de los autores de los poemas más tristes. Cuantas veces no llevé el libro conmigo, entusiasmado de poder descubrírselo a alguien más, ya para ese momento me importaba poco lo que pudieran decir si me veían con él, entre sus mismas páginas perdí lo prejuicios mientras ganaba todo lo demás.

De nuevo ese ruido, apenas audible, amortiguado, como un susurro. ¡Ah! recuerdo también cuando compré este otro, portada amarilla, el rostro del autor en grises abarcando también buena parte de ella, bastante más discreto, aunque lo dicho, ya para entonces no era algo que me preocupara. Otra etapa de mi vida o una manera de pensar distinta, quizás ambas, el caso es que entonces ya no me enamoraba entre las páginas, o si lo hacía, al menos ya no era tan seguido. Creo que pasaba más tiempo melancólico, sufriendo la pena de amores no correspondidos, que verdaderamente entusiasmado. Igual me ayudó mucho, puso palabras a lo que sentía, me ayudó a  sobrellevar un poco mejor momentos un tanto difíciles.

Fue también cuando empecé a ver las cosas de una manera  distinta, más "madura" dirían, y quizás también por ello estaba un poco resentido con todo. Me resultaba muy difícil de aceptar que alguien pudiera quererte, estar enamorado de ti, y sin embargo que eso no bastara. Me molestaba que hubiese otras cosas, a veces más prácticas, cómodas o convenientes que enamorse.

Un pedacito de papel  entre las páginas de este otro. No era raro que hiciera eso, meter mis propias anotaciones en trozos de hojas arrancadas de algún cuaderno, las dejaba entre las páginas según yo para no olvidar alguna revelación importante o algún golpe repentino de inspiración. Si de plano no había de otra, las dejaba escritas directamente en los márgenes del libro mismo. Recuerdo este en particular, es una lista que hice de 5 cosas que quería obsequiar a alguien. Salvo por una de ellas, no se trataba de cosas materiales, y lo de la lista fue porque me preocupaba olvidar algo a la mera hora víctima de las emociones.

Me resulta imposible creer que no pueda recordar el nombre de ella, la chica para la que hice la lista. En cambio recuerdo bien como fue conocerla, podría decir cuales fueron sus primeras palabras, que ropa llevaba puesta, que sentí al verla, pero sería extenderme demasiado, pues desde que su vida y la mía coincidieron hasta que nos dejamos ver pasaron muchas cosas. Tampoco puedo olvidar su rostro, era muy hermosa, además tenía... ahí esta el ruido de nuevo, hasta parece un suspiro, algo muy propio de las casas viejas, se cuela el viento entre las tablas o por algún pequeño hueco y en una noche silenciosa como esta, la imaginación hace el resto. 

En cuanto a la chica, creo que una forma de decirlo sería que llegó a mi vida así, justo como llegaron los libros antes que ella. Llegó escrita en un lenguaje distinto, o quizás solo más complejo, llegó a mostrarme una belleza también distinta. Fue mi nueva poesía, me dormía leyéndola, a veces también la lloraba. Llegó para cambiar ideas que a la escuela, a la religión y al mismo mundo les había tomado años inculcarme no siempre de la mejor manera. Llegó para renovar todo en mí, y me regresó esa manera pura e inocente de entender el amor, no como algo opcional, o secundario, sino como el eje entorno al cual todas las demás cosas deberían girar. Las notas al margen de mi parte desde luego que no podían si no estar a la altura, aunque para ello más de una vez tuve que reinventarme.

Las lista la escribí en el momento de la despedida, no sabía que lo sería desde luego, y aunque después no seguimos viendo, las cosas nunca fueron como antes de ese día. Creo a partir de ahí el resto fue más bien como el eco de algo que se gritó realmente fuerte y se resiste a dar paso al silencio en un solo instante. Cinco cosas muy personales que quería darle, para que me entendiera, para hacerle saber cuando la quería. Pero por más que uno planeé, las cosas no siempre resultan como se esperaba. ¿Con quien alcanza sus victorias o con quien las celebra?. Al final le dí dos, no por ello menos valiosas, y de las otras tres nunca supo nada, quizás no podrían haber sido para ella de cualquier manera, quizás estaban predestinadas a permancer guardadas aquí entre las páginas de este libro, o entre mis memorias.

Ahí esta de nuevo ese ruido, pero no es el viento, ahora estoy bastante seguro de ello, es una respiración, se siente una presencia, creo que alguien duerme sobre mi cama.

Pero ahora que la veo mejor no parece ser mi cama, no reconozco la cabecera, no reconozco la colcha, no reconozco el escritorio junto a la ventana y la misma habitación ahora me resulta extraña. Pero se quien es ella, ese rostro, quizás haya olvidado su nombre pero nunca podría olvidar su cara. Es todo tan extraño, porque los libros sin dudas son míos, lo mismo que las notas en los márgenes y entre sus páginas, los son... o tal vez lo fueron, no lo recuerdo, la memoria ahora mismo me falla.

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