Una calle común


Déjenme que les cuente sobre una calle que está por el rumbo de mi casa, una calle sin nada particularmente especial que la haga destacar, no es muy larga pero tampoco corta y no tiene una sola tienda que pudiera darse como referencia para llegar.

Las esquinas donde inicia y termina son como las esquinas de cualquier otra calle de cualquier otra ciudad, hay señales de alto y puedo asegurarles que lucen exactamente igual a cualquiera otra que hayan visto.

Los perros derriban los botes de basura por las noches como los perros de cualquier otra colonia cuando la dieta en casa o el hambre en la calle los obliga a procurarse entre las sobras algo más para masticar.

Los gatos callejeros que por las madrugadas corren entre los coches frente a las casas, son como los gatos de cualquier otro lugar, incluso pueden encontrar al clásico naranja atigrado que rara vez llega a faltar.

El cableado también es bastante común, incluso hay un par de tenis enredados por los cordones en uno de ellos. También tiene su vecino incómodo que importuna a todos con música a todo volumen y sus reuniones nocturnas de media semana. Por supuesto también hay decoraciones, y lucecitas de colores cuando se acerca navidad.

En fin, es una calle común y corriente, tanto que incluso tienen su cuota de autos transitando a vuelta de rueda en busca de alguna dirección que en realidad pertenece a la calle siguiente.

Y de todos los lugares posibles nos detuvimos ahí, y no fue el azar como quizás podrían suponer cuando de terminar en un lugar así se trata. No, aquello fue algo premeditado. Deliberadamente detuve mi auto en esa calle, frente a una casa cualquiera, a la sombra del más común de los árboles y robé algo de sus labios.

Y el recuerdo quedó atrapado ahí, en ese contenedor perfecto, en aquella calle incapaz de evocarme algún otro recuerdo, incapaz de destacar por alguna otra razón, sin nada más que ese solo momento haciéndola especial, un único instante volviéndola extraordinaria.

Aún ahora a veces regreso, paso a vuelta de rueda como buscando una dirección y el momento sigue ahí, intacto, como una huella en la luna, un recuerdo congelado en el tiempo reposando tranquilamente en esa calle común, en ese mausoleo de asfalto y concreto, tan intenso como en su primer segundo de vida, ni siquiera el polvo se ha atrevido a tocarle.

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