Del mar
Fue el murmullo de sus olas mi primera canción de cuna y sus fríos brazos a donde siempre corrí en busca, irónicamente, de calidez.
Fueron sus olas también quienes me dedicaron las primeras caricias al tiempo que curtían mi piel y mis labios, me dedicaron también los primeros golpes al tiempo que curtían mi carácter y mi tacto.
Y crecí aprendiendo a escuchar, a hablar poco y a pensar a más, a perderme en una nube o en un grano de arena. Aprendí a respetar sin llegar a temer y aprendí que lo que te quiere, bien puede también robarte la vida.
Crecí mirando de frente sin olvidar tampoco voltear al cielo, sin olvidar que a veces también se puede volar.
Me dediqué a coleccionar piedras, conchas y atardeceres, aroma a sal y un cansancio muy disfrutable por las tardes cuando se acompaña de café y pan.
Por las noches le canté a la luna y le dediqué poemas a las estrellas, me enamoré de ellas aunque por más que me estiré jamás logré alcanzarlas. Me enseñé a querer sin la necesidad de pretender ser dueño de alguien. Aprendí a amar de cerca pero también a la distancia, cuando de otra manera no es posible. A no apegarme, que no es lo mismo que no querer, porque si lo fuera no calara tanto, y a simplemente dejar ir cuando algo o alguien no quiere quedarse, así, sin hacer preguntas, sin buscar explicaciones.
Pero puedo decir con orgullo que hasta quien no quiso quedarse se quedó con algo mío y aún busca algo de mí en quien llega a encontrarse.
Nací en el mar y mi mente y mi cuerpo se nutrieron de él, aún cuando a veces me alejo un poco, siempre estoy atento a su llamado, pues nunca olvido que tarde o temprano el mar habrá también de reclamarme.
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