Pretender que puedo olvidarte

No sé que hago en casa en pleno viernes, lidiando con esta incertidumbre desgastante, en espera de una llamada que nunca llega.

Lo mejor sería salir, visitar alguno de los bares de moda y pedirle al cantinero un whisky o quizás uno de esos tragos con nombres raros que nunca antes me he atrevido a pedir. Corresponder el coqueteo de la chica sin nombre, la de siempre, la de la tantas miradas y ningún instante, la romántica incansable en busca de su caballero de una noche, ponerme mi armadura y hacerle creer que lo ha encontrado. Acercarme y romper el hielo con un comentario ingenioso plagiado de alguna vieja película extranjera o de alguno de los tantos libros que acumulan polvo en mi librero. Platicar, escucharla y decirle todo lo que está necesitando oír, mentirle. Ya entrada la noche robarle un suspiro, quizás hasta un beso y que me diga también ella lo que yo necesito oír, mentiras por verdades de una mujer que no me conoce, que no sabe nada de mi y a la que no le importo, de una mujer que se que no me quiere y que yo tampoco quiero.

Debería de salir y fingir que no soy yo, convertirme en alguien más y pretender que puedo olvidarte, intentar al menos aunque ahora mismo me parezca imposible. Quién sabe, quizás dentro de ese mundo sutil, extraño y tantas veces hipnotizante que es la noche, encuentre finalmente quien te arranque de mi pecho, o quizás al menos, quien le de el tiro de gracia a este corazón agonizante.

--- No se ni en que categoría cae este texto, pero ya tenía demasiado tiempo como borrador y no me atreví a eliminarlo.

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