Recuento de mis vaciones (II)
Después de un largo viaje, como ya les comentaba en la primera parte de este post, llegamos a nuestro destino, un campo pesquero conocido como "El Delgadito". El nombre del campo hace referencia a las características geográficas de la zona, pues se encuentra ubicado en una pequeña franja de tierra flanqueada por agua.
En este lugar no existen la mayoría de los servicio a los que estamos acostumbrados en la ciudad, no hay red de agua potable, no hay drenaje y tampoco energía eléctrica. En nuestro caso la necesidades básicas de energía eran solventadas por un sistema de placas solares y un inversor (suficiente para cargar las pilas de la cámara, algunos focos y no más).
Yo acostumbro dormirme muy tarde así que no pude evitar sentirme un tanto extraño por estar acostado a las 9 de la noche, sin embargo una vez cae el sol no hay mucho más que hacer. Lo cierto es que un silencio casi absoluto (roto ocasionalmente por el aullido algún coyote) y el suave y relajante arrullo de las olas, me facilitó mucho las cosas.
Lo único que separa la casa donde viven mis papas de la orilla del mar es una pequeña zona de médanos. Sobra decir que el mínimo pretexto me bastaba para escaparme a disfrutar de la soledad, tranquilidad y belleza del lugar, me volví un visitante frecuente.
No es raro encontrarse a grupos de delfines en estas aguas, para mi fue todo un espectáculo verlos nadar, las condiciones del lugar hacen que en ciertas horas del día, cuando la marea lo permite, se acerque a escasos metros de la orilla.
Este que ven aquí fue mi compañero en la mayoría de los recorridos por la playa (se invitaba solo), no era un gran conversador, pero dado que yo tampoco lo soy, nos llevamos bastante bien.
Los primeros días el cielo completamente despejado me restringía bastante las horas en que podía tomar fotografías, afortunadamente después hubo dos o tres días nublados que me vinieron a facilitar bastante las cosas, también contribuyeron a que pudiese disfrutar algunos de los atardeceres más espectaculares que he tenido la fortuna de contemplar.
En este lugar no existen la mayoría de los servicio a los que estamos acostumbrados en la ciudad, no hay red de agua potable, no hay drenaje y tampoco energía eléctrica. En nuestro caso la necesidades básicas de energía eran solventadas por un sistema de placas solares y un inversor (suficiente para cargar las pilas de la cámara, algunos focos y no más).
Yo acostumbro dormirme muy tarde así que no pude evitar sentirme un tanto extraño por estar acostado a las 9 de la noche, sin embargo una vez cae el sol no hay mucho más que hacer. Lo cierto es que un silencio casi absoluto (roto ocasionalmente por el aullido algún coyote) y el suave y relajante arrullo de las olas, me facilitó mucho las cosas.
La playa es algo difícil de describir, en la parte norte es una especie de canal, puedes ver un banco de arena (como si fuera una pequeña isla) del otro lado, a una distancia tan cercana que parece posible cruzar nadando (y digo parece por que dudo mucho que las corrientes lo permitan). En la parte sur es mar abierto, la playa parece terminar en una especie de recodo pero lo cierto es que al alcanzarlo te encuentras con que la playa se prolonga hasta más allá de donde la vista alcanza a cubrir.
Este que ven aquí fue mi compañero en la mayoría de los recorridos por la playa (se invitaba solo), no era un gran conversador, pero dado que yo tampoco lo soy, nos llevamos bastante bien.
Los primeros días el cielo completamente despejado me restringía bastante las horas en que podía tomar fotografías, afortunadamente después hubo dos o tres días nublados que me vinieron a facilitar bastante las cosas, también contribuyeron a que pudiese disfrutar algunos de los atardeceres más espectaculares que he tenido la fortuna de contemplar.
Bueno, creo que dejaré las fotos de atardeceres para una próxima entrada, son bastantes y creo que ya me extendí demasiado con este post.
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